EL ESPAÑOL QUE TIRÓ EL MURO
Por HERMANN TERTSCHABC Jueves, 10.10.13
«Álvarez de Toledo no sólo estuvo allí. Fue un lúcido y bien
informado observador. Pero además participó. Y mucho. El muro habría caído sin
él. Pero quizá no hubiera empezado a caer por la Bornholmerstrasse»
EL embajador Alonso
Álvarez de Toledo y yo coincidimos en un lugar en el que la historia del siglo
XX se abatió con una brutalidad pocas veces conocida. Y en un momento en el que
la historia volvía a estar en movimiento. El sitio era Berlín. El momento, la
segunda mitad de la década de los ochenta. De una forma imprevista y con
velocidad creciente, la historia en Europa central, que había estado paralizada
en términos geoestratégicos desde el final de la Segunda Guerra Mundial, sobre
todo desde que en 1948 cae el Telón de Acero, hacía de nuevo crujir el orden
establecido. En 1985 llegaba a la jefatura de un Kremlin esclerótico y quebrado
un dirigente soviético llamado Mijail Gorbachov. Ese mismo año llegaba Alonso
Álvarez de Toledo a Berlín Oriental como embajador de España, a la República
Democrática Alemana. Yo había sido nombrado meses antes corresponsal del diario
«El País» en Bonn, Berlín y Varsovia. Confío en que me crean si les digo que
los tres nombramientos no estaban coordinados.
No voy a describir
aquí la suerte que fue para mí ser nombrado en aquel momento corresponsal en
aquella región del mundo. Lo que sucedió a partir de aquel año hasta 1990 fue
tan increíble, espectacular y trascendental que aun hoy, cuando se va a cumplir
el cuarto de siglo, causan estupor el ritmo y el calado de los acontecimientos.
Pero quiero recomendarles un libro que acaba de publicarse, que es «Notas a pie
de página. Memorias de un hombre con suerte», de Alonso Álvarez de Toledo. Y
que contiene algunas de las mejores explicaciones que conozco de aquella
realidad, terrible y mágica a un tiempo, que eran el Berlín dividido y la
Alemania comunista en sus últimos años. Cierto que el libro es más. Es todo un
vademécum de la historia del servicio exterior de España, cuajado de anécdotas,
sucesos de enjundia de nuestro pasado inmediato, personalidades y personajes.
Desde Foxá y Ranero hasta diplomáticos aún en activo, Alonso hace pasar por sus
páginas a ministros, políticos y decenas de compañeros de un servicio exterior
que llegó a ser un orgullo. Y que hoy adolece, como casi todas las carreras
vocacionales, de desamor, falta de medios y angustiosa fatiga de ideas y
materiales. Hay capítulos memorables. El que relata el rocambolesco proceso de
las ratificaciones de nuestro ingreso en la Alianza Atlántica –con mi admirado
Pérez Llorca haciendo gala de «zorro plateado»–, las divertidas escenas como
temerario traductor de Franco, el México de aquellos otros españoles, los
exiliados, los líos de protocolo o la Conferencia sobre Oriente Medio.
Pero volvamos a
Berlín. Los capítulos dedicados a aquella realidad que compartimos son toda una
inmersión en el llamado «Estado obrero y campesino sobre suelo alemán» y las
causas de su desmoronamiento. Álvarez de Toledo participó conmigo en un debate
de Televisión Española después del agitado verano de 1989. Estaban el profesor
Roberto Mesa y Miguel Ángel Sacaluga. Recuerdo el sabio escepticismo de Álvarez
de Toledo ante la solemne convicción de Sacaluga de que el muro se mantendría
aún muchas décadas y por el bien de todos. No podía, por supuesto, el embajador
ante la RDA decir que compartía mi análisis de que, después de la apertura de
la frontera entre Hungría y Austria el 19 de agosto, el Telón de Acero, todo el
telón, muro incluido, estaba condenado a la desaparición. Lo que nadie sabía era
que sólo faltaban semanas para la mayor escenificación del triunfo de la
libertad que se recuerda, y que se daría el 9 de noviembre. Y lo que nadie
podía soñar es que Álvarez de Toledo estaría allí para jugar, sin saberlo, un
papel que el azar había reservado para este hombre con suerte. En una anécdota
capital que convirtió al autor de estas memorias en protagonista involuntario
de un acontecimiento de mayor repercusión mundial que las campañas de Flandes.
Que lo sepan los ancestros.
Los conocedores saben
de la increíble y esperpéntica concatenación de coincidencias, malentendidos y
casualidades que llevó a la apertura de la frontera y la caída del muro. Sin
que nadie se lo propusiera. Aquel 9 de noviembre, en la conferencia de prensa
del portavoz del Partido Comunista, Günther Schabowski, se había hablado de
todo tipo de banalidades. Solo al final, y a instancias de un periodista
italiano, Schabowski sacó un papel que le había entregado el líder Egon Krenz
con las nuevas reglas para los viajes al extranjero. Unas reglas improvisadas
por un aparato del régimen desarbolado. En las que habían metido la pluma
varias instancias sin coordinar, como magníficamente describe Alonso. Leída la
nueva reglamentación que permitía viajes para todos y a través de todos los
puestos fronterizos, el periodista de la agencia italiana ANSA, Riccardo
Ehrman, preguntó cuándo entraba en vigor. Schabowski dudó, pero al final dijo
las palabras que sellaban la suerte del muro y a la postre del Estado
comunista: «Ab sofort, unverzüglich». De inmediato.
La noticia se
extendió por todo Berlín y la RDA, y ya con una interpretación de las nuevas
reglas que jamás se habían dado las autoridades que lo redactaron. Nadie
acababa de creerlo, pero muchos se acercaron a los puestos fronterizos a
preguntar. Como el propio embajador de España, al que las palabras de
Schabowski habían sorprendido con unos periodistas. Se fueron juntos al
checkpoint de la Bornholmerstrasse, a ver qué sucedía. Y así fue como, en la
confusión del momento, con un embajador occidental cuya presencia imponía a los
guardias y al propio oficial al mando, la presión de la gente alrededor, las
cámaras de televisión que habían acompañado al embajador y otras que llegaban,
el hecho mismo de abrir físicamente el paso para el diplomático... En fin,
nadie puede describir mejor el momento que Alonso Álvarez de Toledo. Y nadie lo
describe mejor que él en el libro.
Porque él estaba allí
en aquellos instantes, eran las 21.12 horas, con el teniente coronel Harald
Jäger, cuando este, nervioso, sin mandos ya a los que consultar, le dejó pasar
la verja a él y dejó que con él pasaran unos civiles y después otros y otros.
El teniente coronel Jäger, ya jubilado, años más tarde, confirmaría que su
presencia, la del embajador, fue decisiva para impulsarle a ser el primer
oficial de las tropas fronterizas de la RDA en abrir el paso entre los dos
Berlines y desencadenar así todos los acontecimientos posteriores que
asombraron al mundo y cambiaron Europa definitivamente. Los últimos halcones
habían intentado forzar una operación Tiananmen, una represión militar como la
que los chinos llevaron a cabo con éxito el 9 de junio anterior. Pero desde
Moscú se hizo saber que las fuerzas soviéticas en territorio alemán ya no
ayudarían a tropas germano-orientales en una operación contra la población como
había sucedido el 17 de junio de 1953. Que, por el contrario, podían contar con
que salieran en defensa del pueblo. Con esa clara certeza de la posición del
Kremlin, toda posibilidad de involución había muerto. Alonso Álvarez de Toledo
no sólo estuvo allí. Fue un lúcido y bien informado observador. Pero además
participó. Y mucho, como después se supo. No lo dude nadie, el muro habría
caído sin él. Pero quizá no hubiera empezado a caer por la Bornholmerstrasse. Y
todo habría sido un poco distinto. Fue como fue. El muro se desmoronó, y cuando
en diciembre cayó Ceaucescu no quedaba ni un régimen comunista aliado de la
URSS en Europa. Cuarenta años de dictaduras, terror y miseria habían tocado a
su fin. Yo conocí todas aquellas dictaduras y asistí en directo en aquellos
años a la caída de todas ellas. En este libro tienen uno de los mejores
testimonios directos de aquellas jornadas inolvidables. Y el mejor desde aquel
punto de Berlín, la Bornholmerstrasse, que se convirtió en epicentro del
terremoto de la libertad de 1989.
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